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Ken Robinson

Lou Aronica

“Escuelas Creativas. La revolución que está transformando la educación”
Robinson con Lou Aronica, DEBOLSILLO, 2016.
Por Fernanda Fontecilla
A
cabo de terminar la lectura de este libro escrito por Ken Robinson, un estudioso británico que se centra en la educación y su relación con la innovación y la creatividad. Robinson (fallecido el 2020) desarrolló una serie de estudios sobre cómo estos tres factores se han relacionado en cientos de experiencias alrededor del mundo. Llama la atención sobre cómo, desde contextos sumamente precarios, ha aparecido un líder, generalmente un director de escuelas, que supo leer a sus estudiantes e intentó implantar modestos cambios que fueron generando resultados exponencialmente significativos y positivos en su alumnado, sus familias y sus comunidades.
En otros casos, el líder es una profesora a la que se le ocurrió hacer las cosas de manera diferente para motivar a sus esquivos alumnos y conseguir, no sólo vencer el ausentismo escolar, sino que producir toda una dinámica en la que éstos mismos jóvenes iban a sus centros y prácticamente no querían irse a sus casas de tan involucrados que estaban con sus proyectos escolares.
Esto es lo bueno. Pero el libro nos transmite preocupación también porque la norma no es esa. Lamentablemente la mayoría de escuelas, colegios y centros educacionales en general, siguen cánones, prácticas y metodologías psicopedagógicas que, según el autor, están absolutamente obsoletas y discordantes con las necesidades de las sociedades actuales. Extrema el argumento diciendo que la educación tradicional (y hegemónica) que les estamos entregando a los niños y jóvenes en el mundo entero, con sus dinámicas estandarizadas empeñadas en sacar productos idénticos y seriados, es la que preparaba a personas para la revolución industrial. O sea que estaríamos con un desfase de ¿dos siglos?
Habla, por ejemplo, de la naturalización que hacemos en el manejo del tiempo en las escuelas (hablo de escuelas en sentido genérico, haciendo caso omiso a la distinción discriminatoria entre “colegios” y “escuelas” que hacemos en Chile). ¿Por qué las clases deben ser interrumpidas por un timbre que marca espacios de tiempo regulares para todas las materias, haciendo que los alumnos se apuren en terminar actividades motivadoras o, por el contrario, cuenten los minutos para salir del aburrimiento de clases tediosas e inoficiosas?, ¿Por qué deben sentarse todos mirando hacia delante donde se encuentra un profesor que habla y escribe para que sus alumnos pasivamente escuchen y copien lo escrito?, ¿Por qué se impone el trabajo individual y se desincentiva el colectivo, las investigaciones y los proyectos en grupo, donde se produce aprendizaje horizontal, entre pares, generando vínculos que pueden trascender incluso el espacio de la escuela?
Robinson va más allá, desestabilizando más aún los cimientos del sistema, preguntándose cuál es el sentido de tener cursos con alumnos de las mismas edades; ¿Por qué no considerar el desarrollo cognitivo y sociolinguístico, por ejemplo, para reunir a pares que se puedan potenciar y desarrollar mejor, en vez de gastar energías para intentar nivelar a coetáneos en el aspecto académico desconsiderando las particularidades individuales? En fin. Plantea muchas preguntas sobre las normalizaciones que imponen las escuelas y que todos aceptamos sin muchos cuestionamientos.
Para convencerlos aún más del importante mensaje transmitido en el libro, si aún no lo he hecho, cito un trecho notable de la experiencia de Steve, un arquitecto de Kansas, EEUU, que a partir de una charla que le pidieron hacer en una escuela terminó desencadenando un proyecto donde jóvenes diseñan, construyen y reparan autos de carrera. La historia comienza cuando este profesional “preguntó a los administradores del centro si podía impartir una clase de creatividad y ciencias empresariales. La escuela aceptó enseguida. ‘Hacíamos cosas como construir un puente con palillos y pensar en cómo se escribe un libro. La idea era que empezaran a imaginarse el proceso. ¿Qué supondría tener una barbería? Si uno quiere ganar 80 mil dólares al año, ¿cómo se consigue esa cantidad llevando una barbería? Los alumnos se leían la sección de economía del New York Times unos a otros?.
Este fue un paso muy positivo, en el que los jóvenes se implicaron mucho. Pero el más decisivo estaba a la vuelta de la esquina. Steve se define como ‘fan de los coches’ y una de las actividades que realizaba con sus alumnos era diseñar vehículos en la fase conceptual. ‘Diseñábamos la carrocería, no la mecánica. Los chicos creaban sus propias maquetas y escogíamos una para construir un modelo de tamaño natural con poliestireno. Los alumnos empezaron a preguntar “¿Por qué no podemos construir coches de verdad?” No les daba miedo hacer preguntas ridículas. Yo siempre decía que eso era imposible, pero, después de oír unas cien veces la pregunta, pensé: ‘Estos chicos están pensando de una forma que no es habitual en jóvenes de esa edad, así que tengo que encontrar el modo de hacerlo realidad’”.
Después de reparar un auto real de carreras que Steve consiguió, el proceso sólo se potenció. Poco tiempo después, en el 2016, los alumnos ya habían construido 4 autos, entre ellos un Lotus Esprit de 1977. En éste realizaron un viaje por distintas cuidades de Estados Unidos donde fueron haciendo charlas a grupos escolares, escuelas técnicas, entre otros espacios, sobre su experiencia.
Totalmente inspirador ¿o no? Y acorde con los principios que adhiere y promueve la Fundación Cultural Las Gracias.
Para complementar pueden ver una charla Ted del mismo autor que nos mueve el piso y vuela la cabeza en relación a nuestras certezas en educación: